por Daniela Delgado Viteri ■  20 ene 2023
Un árbol que flota en el mar
Sobre Domesticando el jardín

*Este texto se publicó originalmente en La Revista Ambulante 2021, de libre descarga aquí.

El primer plano de Domesticando el jardín es el siguiente: dos hombres pescando como cualquier otra persona pescaría en una orilla, con una mezcla de aburrimiento y resignación; como si aquellas emociones fueran intrínsecas a esta actividad. El segundo plano: uno de ellos lanza la caña con el mismo aburrimiento y resignación del plano anterior. El tercer plano: nuevamente, aburrimiento y resignación. Pero esta vez vemos cómo un árbol flota en el mar, lo cual parece no sorprender a los pescadores que permanecen sentados con más aburrimiento y resignación que nunca.

El árbol continúa su viaje en lo que parece ser un pequeño barco y el resto bien, como siempre; los pájaros cantan y el mar hace lo suyo. Se compone una imagen surrealista que ya no sorprende a estos pescadores porque es tan cruda como se puede serlo. Una imagen triste porque no hay que ser extremadamente sensibles para entender que algo debe de andar muy mal para que un árbol flote en el mar. Y que, por si fuera poco, a nadie parece importarle. Indiferencia que no puede significar otra cosa más que en esa región del mundo los árboles flotan de forma sistemática.

Esta imagen distópica es el resultado de un equipo complejísimo de personas que se desplazan por zonas rurales de Georgia buscando árboles centenarios. Los compran, los arrancan de raíz y los transportan a la isla privada de un millonario. Un ex primer ministro de Georgia, tan amante de los árboles que necesita poseerlos.

Domesticando el jardín documenta el trabajo del equipo del millonario, conformado por personas que no tienen otra opción más que complacer a este coleccionista de árboles sin hacer muchas preguntas.

Transplantar árboles centenarios es arduo y enrevesado. Para hacerlo, se necesitan inventar técnicas que rondan entre lo artesanal y lo sofisticado. Se precisan abogados para gestionar los contratos de compra y venta. Personal para cubrir manualmente raíces gigantes con lonas, mientras que máquinas intimidantes perforan la tierra. También se necesitan personas para talar aquellos árboles que carecen del interés del millonario, tarea necesaria para la construcción de nuevos caminos imprescindibles para el desplazamiento. Por último, dado que todos los árboles deberán viajar en barco a la isla, se necesita un barco lo suficientemente grande como para no hundirse, y lo suficientemente pequeño como para recordarnos la grandeza de aquello que transporta. “¿Y qué cuando tenga todos los árboles?”, pregunta uno de los trabajadores mientras se refugia de la lluvia en una casa abandonada. “Entonces irá por los pájaros…”, le responde su compañero.

La película de Salomé Jashi trata sobre el proceso de resignación. Por un lado, el de los trabajadores del millonario que, entre la confusión y la necesidad, no tienen otra opción que dedicar su tiempo a un trabajo que parecen no comprender. Por otro lado, el de aquellas personas que se despiden de los árboles que sembraron sus bisabuelos mientras observan los cambios violentos que sufren sus paisajes a causa del capricho de una persona con dinero. Es así como un hombre fuma su primer cigarro en treinta años bajo la sombra del árbol que está por partir; o como algo parecido a una procesión religiosa da seguimiento a aquel árbol que abandona la comunidad para siempre, montado en una plataforma móvil, torpe pero eficaz.

Y es justamente en esa resignación en donde se alberga la más profunda tristeza, en la imposibilidad de detener el movimiento de los árboles. En la certeza de que el deseo del coleccionista vale más que las necesidades y los afectos de un ecosistema entero.

Lo que podría parecer una serie de imágenes surrealistas, se vuelve un doloroso recordatorio de la presencia de una maquinaria de abuso de poder que tiene la capacidad de vulnerar y transformar cuerpos y paisajes de formas tan eficaces que desafían los límites de aquello que entendemos como realidad.

Daniela Delgado Viteri es curadora y realizadora audiovisual nacida en Ecuador. Su trabajo es la documentación de procesos que desarrolla en conjunto con grupos de personas de manera participativa en donde mezcla la ficción con el documental. Sus filmes se han exhibido en muestras y festivales tales como Rotterdam Film Festival, Valdivia IFF y CPH:DOX.

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