por Gabriela Jauregui  ■  20 ene 2023
Otro May Day

La perfección de los medios de producción provoca fatalmente el camuflaje de las técnicas de explotación del hombre, y por consiguiente, de las formas de racismo”, escribe Frantz Fanon en Por la revolución africana y aunque no se refería a la producción cinematográfica, su observación también puede extenderse a ella.

La representación de los cuerpos negros, racializados en el cine y en el documental, sobre todo en documentales antropológicos y de denuncia de cierta época es muy reveladora del racismo y da mucho qué hablar y cuestionar. No deja de ser el caso en el documental de David Loeb Weiss No Vietnamese Ever Called Me N***er (Ningún vietnamita me ha llamado negro) de 1968. Alegremente los medios de producción de este documental están lejos de ser prefectos, lo cual nos permite entrever las formas de racismo latentes y patentes, y a la vez sus críticas. En pocas palabras, el documental trata sobre las protestas afroamericanas en contra de la guerra de Vietnam y a favor de los derechos civiles de los afroamericanos en la época, pero también hila fino y revela mucho más que eso.

A pesar de ser, en apariencia, un documental relativamente sencillo (aquí me refiero a sus medios de producción) la complejidad se va revelando poco a poco en la narración, que se conforma de dos hilos narrativos que se alternan: uno documenta la salida del contingente de Harlem conformado por afroamericanos, salvo el único blanco necio que se siente con derecho de formar parte de la marcha y a quien se ven en la obligación de mandar hasta atrás (amigas feministas, ¿les suena?) contra la guerra de Vietnam de camino a la megamarcha del 15 de abril de 1968. El otro hilo documenta a tres veteranos de guerra hablando unas semanas después, el 1º de mayo de 1968 en un centro de desempleo en Harlem: Dalton James, Akmed Lawrence y Preston Lay Jr. quienes hablan de sus experiencias de racismo peleando en Vietnam y a su regreso en EU. El documental apunta al, justísimo, argumento de que mientras que quienes más arriesgaron y mayor presencia tuvieron en Vietnam fueron los jóvenes afroamericanos, a su vuelta en EU tenían que seguir lidiando con el brutal racismo, el separatismo en el sur de EU donde no tenían los mismos derechos que los blancos, con linchamientos, con falta de vivienda y empleo dignos, marginación férrea y desigualdad en todos los sentidos de la palabra.

El documental es de denuncia: muestra una realidad desigual, injusta y señala, junto con los protagonistas de la película, el hecho de que el poder imperialista estadounidense usara los cuerpos no blancos como carne de cañón para atacar a otros cuerpos no blancos (los vietnamitas). De allí el título, tomado de un cartel que trae un hombre en la marcha de Harlem y que a su vez toma prestada una declaración de Muhammad Ali en 1966 cuando dijo “no Vietcong ever called me a n***er” y que habla de una consciencia política decolonial: señala el racismo en la política exterior y en el corazón mismo de los Estados Unidos. En un famoso discurso del 4 de abril de 1967, Martin Luther King también ya había denunciado la política imperialista estadounidense en Vietnam y exactamente un año después de hacerlo fue asesinado, y aunque no aparece en el documental, su fantasma merodea la cinta que se filma poco después de eso. El otro espectro que también camina junto con los cantos de Black Power de parte del contingente liderado por Stokely Carmichael, del comité de coordinación no-violenta estudiantil, y en las palabras de los jóvenes veteranos es, claro, el de Malcolm X, quien había sido asesinado tres años antes.

Como radiografía de una época, esta película sigue vigentísima hoy en día: si quitamos ciertos detalles precisos del momento, hay algo de este documental que no se siente histórico, pareciera que lo filmaron ayer. Desgraciadamente, el discurso de denuncia que articulan los jóvenes veteranos, lúcidos hasta la médula, es idénticamente válido hoy. Las formas estructurales del racismo, manifestadas de maneras económicas que los orillan a ir al ejército a morir y matar otras personas no-blancas en el mundo, suceden de forma casi idéntica hoy (es más, podríamos decir que se han agudizado a tal punto que ya ni conscripción obligatoria se requiere, porque las condiciones racistas económicas los orillan a que esa sea una de sus únicas formas de acceso a la educación de grado y la promesa de una supuesta movilidad económica). Y en muchas de las imágenes los blancos fachos del Partido del Renacimiento Nacional con sus SS neonazis en un costado del Central Park hablando de que los africanos deben volver a África, bien podrían estar parados hoy frente al Trump Tower hablando de centroamericanos y mexicanos, afroamericanos, asiáticos.

Sin embargo, al mismo tiempo que hace todo esto, Loeb Weiss, quien fue fundador del Partido Socialista de Trabajadores, y quien como muchos activistas de origen judío y formación politizada apoyó y caminó con sus pares afroamericanos en las marchas por la igualdad, no deja de narrar desde una mirada blanca, y no lo dejan olvidar que su visión no es ni puede ser neutra, sobre todo en las tomas de la calle. Las tomas, y la forma en que los entrevistadores y camarógrafos blancos formulan las preguntas en la marcha son mucho más problemáticas (en una acotación interesante, Michael Wadleigh uno de los camarógrafos poco después dirigiría Woodstock): a menudo se acercan de forma agresiva (en zoom o en movimiento) a los rostros de sus sujetos, en algún momento uno de ellos, justamente el hombre que lleva la pancarta que le da su título al documental, señala que el hecho de que ese equipo de blancos venga a su barrio a apuntarle con el micrófono en su cara es parte de su privilegio de blancos y es racista. Muchos sujetos en la marcha resisten a la entrevista misma, opacan sus respuestas tras sentido del humor, o declaraciones que se fugan (los jóvenes islámicos afuera de la mezquita, algunas mujeres, el grupo afuera de un bar). Siempre están conscientes de que quien está detrás de la cámara es el enemigo. Esos momentos del documental son dolorosos y problemáticos porque, como también apunta Fanon,

Cara a cara con este hombre que es diferente de él, el blanco necesita defenderse.

En otras palabras, necesita personificar al otro. El otro se convertirá en la mayor de sus preocupaciones y deseos”. Y de pronto pareciera que Loeb Weiss no puede evitar retratar a algunas de estas personas en tanto que objeto de su deseo, de su preocupación, más que siempre como sujetos pensantes y agentes de sus propias voluntades políticas. Y esos sujetos se resisten, se fugan. Ya en las tomas más íntimas sucede menos: en las secuencias de los tres veteranos hablando, en las que ellos se adueñan de la narración. Con ellos Leob Weiss acierta en terminar el documental. Ellos sí tienen la última palabra.

Con todo y estos apuntes que espero ayuden a problematizar y enriquecer nuestra mirada contemporánea a un documento de 1968, No Vietnamese Ever Called Me N***er es una película necesaria de revisitar hoy, y no solo para EU sino también, en traducción, en nuestro contexto mexicano con su propio legado racista y colonial que a menudo parece que más que irse desmontando, se refuerza. Basta con recordar la desaparición de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa, los insultos a Marichuy en su campaña, el asesinato de Samir Flores, los pueblos como Ayutla Mixe que no tienen siquiera acceso al agua, los centros de detención de migrantes centroamericanos que hacen el trabajo sucio para los Estados Unidos y que separan familias. La lista sigue… Al final de la cinta, hablando de él, de sus compañeros, de la juventud militante, con rabia, Akmed, pregunta y exige, “¿Cómo pueden decirnos que es demasiado pedir ser humanos?” Y sí.

Gabriela Jauregui es antologadora y autora de Tsunami (Sexto Piso 2018), autora del libro híbrido ManyFiestas (Gato Negro, 2017) la colección de cuentos, La memoria de las cosas (Sexto Piso, 2015) así como de Leash Seeks Lost Bitch (The Song Cave/Sexto Piso, 2015) y Controlled Decay (Akashic Books/Black Goat Press, 2008), y coautora de Taller de taquimecanografía (Tumbona ediciones, 2012). Es doctora en Literatura Comparada por la Universidad del Sur de California y maestra en Escritura Creativa por la Universidad de California, Riverside. Es cofundadora y editora del colectivo editorial Sur+ Ediciones y vive en la Ciudad de México.

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