Alrededor de los 13 años, las personas buscamos estímulos que nos hagan sentir bien. La búsqueda por una identidad se combina con una necesidad por pertenecer a un grupo, donde los amigos son fuente de autoestima y todo parece intenso y novedoso. Lil’ Buck, un heredero de la cultura afroamericana de los primeros pobladores de Memphis, Tennessee, tenía esa edad cuando se reunía con sus amigos en el Palacio de Cristal, un escenario emblemático para los jóvenes que crecían en la década de los ochenta en las calles de Estados Unidos; un espacio donde solían juntarse bandas de chicos patinadores y bailarines callejeros que dedicaban largas jornadas a la exploración de ritmos y formas de movimiento con su cuerpo.
Los adolescentes que disfrutaban de bailar en bandas en el Palacio de Cristal experimentaban el poder expresivo de su cuerpo principalmente para sobrellevar su realidad. La mayoría de ellos de entre 10 y 20 años, los jóvenes se habían criado en las calles, habían vivido dentro de un contexto de violencia y marginación, y buscaban un descanso de la delincuencia. Al pasar el tiempo, esta práctica tomó importancia porque se volvió una forma representativa de su descontento, rabia y dolor canalizándose como una expresión identitaria de la realidad del barrio, llamada jooking.
Lejos de la academia de baile y de los formalismos académicos, Lil’ Buck encuentra en el Gangsta Walking (una forma de danza callejera, antecedente directo del jooking) un estilo de vida, en el cual un estacionamiento, un parque o cualquier lugar abierto se torna en el escenario perfecto para bailar y coreografiar su intimidad. Para él, el cuerpo en movimiento se vuelve danza cuando este expresa emociones de manera ordenada en una coreografía espontánea, reflejando su propia realidad. En sus propias palabras:
[…] El baile representa todas tus experiencias puestas en movimiento. […] Toda la mierda, el amor y la frustración la podemos identificar con esto”.
Se trata entonces de surfear la propia realidad a través de la exploración del cuerpo. La energía que podría ser enfocada en generar violencia, es redireccionada a resistir el contexto entendiendo al arte como una forma de liberación.
Buck encontró su propia potencia en coreografiar sus dolores y su rabia. Descubrió en el jooking la motivación necesaria para pulir su talento de tal manera que el mundo volteara a verlo. Su cuerpo se fue entrenando para responder a los estímulos de la música, de las cualidades energéticas del movimiento y poco a poco entendió que su lenguaje era la danza.
Al pasar de los años, la determinación de Lil’ Buck lo llevó a sobrepasar sus propios límites y adentrarse en las posibilidades que da el mundo de la profesionalización de las artes. Él atinó a usar los recursos académicos a favor de un estilo, creó una identidad dentro del jooking y utilizó las herramientas del ballet para catapultar su talento. Desde que él encontró en las calles y en los enormes estacionamientos de Tennessee un espacio para dejar respirar al cuerpo, la constancia y el virtuosismo tomaron parte de su carrera.
A veces nos preguntamos, ¿un artista nace o se hace? Lil’ Buck nos demuestra que se necesita un poco de ambas cuestiones. Él apersona las dos cualidades: estudió incansablemente y dedicó muchas horas diarias al entrenamiento de su cuerpo, pero también contó con cualidades innatas.
Sin lugar a dudas, hablamos de un artista que ha trabajado por utilizar a la danza como potencia transformadora. Reaccionar ante la crueldad de las circunstancias de la realidad a través del arte representa un trabajo de escucha constante, de perseverancia e interés, pero sobre todo demuestra una necesidad del hombre por conectarse con la naturaleza esencial del ser humano. Mismo ímpetu que determina, quizá desde muy jóvenes, que en la vida hay que contruirse un camino que se ajuste a las dimensiones de nuestras pasiones.
María Fernanda Almela es maestra en Historia del Arte y licenciada en Gestión Cultural. Se desarrolla como investigadora del cuerpo en el arte contemporáneo y bailarina. Actualmente trabaja en Ambulante, Agite y Sirva-Festival Itinerante de Videodanza y Gran Salón México-Feria de Ilustración Contemporánea.
Zacatecas 142-A, Roma Norte, Cuauhtémoc, C.P. 06700, Ciudad de México