Lo primero que hice cuando comenzó la cuarentena fue comprar.
Al inicio, un libro con la excusa de mi cumpleaños, después unos pines por una promoción, seguido de una prensa francesa porque “la necesitaba”, unos tenis Nike porque no tenía unos color negro, una sudadera porque había descuento… Mientras tanto, casi sin advertirlo, solo me sentía tranquila cuando buscaba cosas para comprar; el resto del tiempo, la tristeza y el mal humor llenaban las mínimas interacciones que sostenía con otros seres humanos.
Chris Hedges, periodista estadounidense ganador del Premio Pulitzer, asevera al inicio del documental Generación riqueza (2018) que
las sociedades acumulan sus mayores fortunas en el momento en el que enfrentan la muerte”.
Tal vez no soy una sociedad, ni estoy enfrentando mi muerte, pero sí he aprendido que en momentos de incertidumbre, poseer es lo que me adormece.
Estos pensamientos solo indican la ineludible realidad de que soy parte de una generación que fue adiestrada desde que sus integrantes son pequeños a seguir los ideales del American Dream, una aspiración que nació en los sesentas en un país que no es el mío, con oportunidades que no tendré. Lo más escalofriante es que son aspiraciones que ya ni siquiera son viables para los ciudadanos estadounidenses. Porque si no puedes ser rico, lo siguiente es sentirse rico. Una ley que los estadounidenses llevaron a la perfección y terminó con la crisis de 2008, en la cual miles de ciudadanos se quedaron en la calle porque todo lo que tenían era prestado, y que nos ha llevado al límite del abismo como sociedad.
Tal vez lo más terrorífico en el documental de la directora Lauren Greenfield es la pérdida de humanidad que existe en los extremos —el fetiche de la realizadora— ya que ahí es donde podemos acercarnos a la media; donde me encuentro yo comprando frenéticamente para negar mi propia realidad, donde se encuentra aquel que tiene tres tarjetas de crédito, aquella que cada mes decide entrar a una nueva dieta.
La primera vez que vi el documental hace un par de años, me pareció que la conclusión de Greenfield era demasiado cursi, casi como comercial de Coca-Cola, pero después de ver al mundo en crisis por un virus nacido de la propia irresponsabilidad humana, con mandatarios preponderando la economía frente a las personas, da repelús escuchar a Hedges hablando de la cosificación:
Humanos que se explotan por ganancias hasta que se gastan o colapsan”.
Tal vez la respuesta no sea el ideal familiar que parece promover Greenfield, pero sí lo sea el sentido de humanidad y comunidad, ese que añoramos ahora que debemos estar solos.
Norahenid Morales es escritora. Egresada de la Universidad del Claustro de Sor Juana, ha publicado en diversos medios digitales. Actualmente es asistente editorial en Ambulante.
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