*Este texto se publicó originalmente en La Revista Ambulante 2021, de libre descarga aquí.
Concepción Hernández Méndez, Conchita, abogada y defensora de derechos humanos, murió una tarde de enero de 2021. Conchita se fue y los adioses llovieron. Martín e Inti, sus hijes, cuentan que les llegaron palabras de pésame, pero también muestras de reconocimiento y gratitud por la labor de Conchita, desde múltiples latitudes, de Tehuacán, de México y otros lugares del mundo. La mayoría, y las más sentidas, vinieron de Huayacocotla, Veracruz.
Hace cuarenta años, como en muchas regiones de este país, la violencia en la zona norte de Veracruz se encontraba desbordada a causa de los cacicazgos locales que, fortalecidos en sus alianzas políticas, económicas y criminales, despojaban a las comunidades de sus territorios y criminalizaban a quienes osaban hacerles frente. Actualmente la situación no es muy distinta, las comunidades y colectividades indígenas y campesinas continúan defendiendo su tierra y territorio frente al despojo, de caciques todavía, pero también del crimen organizado y de empresas.
Para recordar a Conchita y su labor, platicamos con Inti y Martín Barrios, quienes llevan el legado de su madre como aprendizaje de vida.
Ángeles Hernández: Siendo abogada, Conchita pudo dedicarse a muchas otras cosas, ¿por qué eligió ejercer su profesión para la defensa del territorio?
Martín: Conchita formó parte de la generación del 68, influenciada por la contracultura y el rock & roll, y se formó en el marxismo-leninismo. Ella era consciente de que el mundo del derecho es muy occidental y que desarticulaba algunos procesos comunitarios. Como abogada, tenía muy internalizado que se hace lo que la ley dice, pero buscó la forma de usarla a favor de las comunidades. Mi mamá tuvo influencias de la teología de la liberación, a partir de su relación con los jesuitas en Huaya, pero también de los curas diocesanos de la zona de Tehuacán. Entonces, de venir de un movimiento de izquierda antireligioso, pasó a entender la religiosidad del pueblo y el sincretismo cultural.
Inti: De joven, mi madre admiraba a una maestra rural que iba a dar clases a las comunidades del Valle de Tehuacán, decía que ella quería hacer eso. Conchita estudió derecho y antropología, y decía que los pueblos no necesitaban que los estudiaran, sino que alguien los defendiera de las violaciones de derechos humanos. Cuando en Huaya le contaron que estaban robándose el ganado, que estaban quitando tierras y matando a la gente, se metió de lleno a ejercer el derecho, ese que no le había gustado tanto estudiar.
AH: A Conchita le gustaba mucho leer, cuéntenme, ¿qué leía, veía y escuchaba Conchita?
M: Le gustaba leer antropología, como Lévi-Strauss. De marxismo tenemos un montón de sus libros, Rosa Luxemburgo, Emma Goldman, sabía también todo de los Flores Magón. Me acuerdo mucho que se la pasaba riéndose leyendo a José Agustín. Literatura, poesía, Octavio Paz, Elena Garro, José Carlos Becerra, José Emilio Pacheco, incluso tenía un libro autografiado por él; también fue a ver a José Revueltas en la UAP. Escuchaba a los Beatles y la música de los sesenta y setenta.
I: Le gustaba Efraín Huerta, se sabía todos los poemínimos. Ella me habló sobre Augusto Boal y el Teatro del Oprimido, algo que nunca me mencionaron en la escuela. De niños nos leía a Horacio Quiroga, esos cuentos terroríficos y bien duros. Le gustaba muchísimo el teatro, las películas de Akira Kurosawa. Mi mamá me sorprendía porque sabía de música, teoría, poesía indígena, de todo. Le gustaba mucho escuchar la música de las misas salvadoreñas, la canción del dios de los pobres.
AH: El término defensor/defensora de derechos humanos empezó a popularizarse a partir de 2008, con la Declaración de personas defensoras de la ONU. Antes era más común decir líderes sociales o comunitarios, activistas. Conchita, ¿cómo se asumía: como defensora, activista, como abogada del pueblo?
I: En Huaya le decían licenciada Conchita, pero ella concebía su trabajo desde la defensa de los derechos humanos. Yo creo que mi mamá se asumía como defensora de derechos humanos. La empezaron a llamar La abogada del pueblo a raíz del documental de Alan Villareal.
M: Mi madre era abogada, activista y defensora. También era solo Conchita.
AH: La abogada del pueblo nos lleva a la remembranza de aquellos años en Huaya. Pero, ¿cómo fue la vida de Conchita en Tehuacán, al regresar?
I: Una de las últimas luchas en que mi mamá se involucró de lleno fue la defensa de los árboles en el predio de Peñafiel, se puso a emitir documentos, hacer escritos, meter quejas y denuncias, pero también se fue a parar frente a los árboles, con todo y lo chiquita que estaba.
M: En los últimos tiempos acompañó la lucha contra la hidroeléctrica, defendió a las canasteras de aquí de Tehuacán. Además, Conchita se volvió animalista, adoraba a los perros, los gatos, las palomas. Mi mamá se volvió un gato.
AH: ¿Qué legado les dejó Conchita?
M: Ella se acercó al mundo otomí, al mundo nahua, conoció la partería, la alimentación, la relación con la naturaleza, entendió esa forma de ver la vida. Su inspiración y ejemplo nos fueron llevando hacia la vida comunitaria. Nosotros no creemos en los partidos políticos, en mi caso, me inclino más por el anarquismo. Siempre nos ha interesado mucho el mundo indígena antiguo, pero también lo actual.
I: Mi mamá tomaba la vida con mucha serenidad y era muy generosa, siempre pensaba en los otros; me hubiera gustado que pensara más en ella, pero no hubiera sido ella.
Para Conchita, ser la abogada del pueblo, defender el territorio, asesorar a las comunidades en defensa de la tierra, acompañar jurídicamente a los campesinos criminalizados por resistir al despojo, era una bandera de lucha, era parte de su praxis política, pero también era un profundo acto de amor, de ese amor que, hasta el último de sus días profirió hacia la otra, el otro, hacia los seres no humanos, hacia los bienes dados por la naturaleza, en fin, hacia todo aquello que nos permite una vida digna y saludable, una vida vivible.
Inti y Martín continúan el legado de Conchita y se dedican a la defensa de derechos humanos: Martín, acompañando la defensa del territorio de la Sierra Negra, frente a la Minera Autlán. Él también apoya a trabajadores en defensa de sus derechos laborales. Inti, por su parte, es artivista, realiza performance art, obras de teatro desde la metodología del Teatro del Oprimido, acompaña y acuerpa luchas en defensa del territorio y los derechos humanos. Actualmente, ambos forman parte de la exigencia comunitaria para que sean devueltas piezas arqueológicas que fueron extraídas de forma arbitraria por el INAH en colusión con empresarios locales.
Ángeles Hernández Alvarado es defensora de derechos humanos, feminista y politóloga. Estudió en la UAM Iztapalapa, donde también colaboró como profesora adjunta. Ha participado en distintos espacios del movimiento de derechos humanos en México, organizaciones de mujeres indígenas, así como organizaciones y redes de acompañamiento, articulación e incidencia a nivel nacional e internacional.
Zacatecas 142-A, Roma Norte, Cuauhtémoc, C.P. 06700, Ciudad de México