Para hablar del cine de Tatiana Huezo quisiera que el texto pudiera adquirir otra forma que hiciera honor al lenguaje de sus películas. Aquí estamos limitadas a las palabras, pero en el cine de la realizadora mexicana-salvadoreña se encuentran poderosos testimonios sobre lo que sucede en México con una fotografía que, a manera de metáfora, dota de un significado más profundo y amplio a las voces que escuchamos. A esto se suma la música original, capaz de conmover a cualquiera, y un trabajo de edición que sabe exactamente cuándo es mejor sugerir y cuándo hay que explicitar; permanecer y mirar los ojos de quienes han sido víctimas de la violencia que aqueja al país durante varios minutos.
La suma de todos estos elementos hace del cine de Tatiana Huezo una propuesta de lenguaje que con el tiempo se convirtió en toda una escuela narrativa. Ausencias (2015) y Tempestad (2016) son ejemplo de ello.
En Ausencias conocemos la historia de Lulú, madre de Brandon y esposa de Esteban, ambos desaparecidos mediante un secuestro en carretera. Ahí, por ejemplo, mientras Lulú relata los detalles más áridos de su historia (como la sangre que tenía el zapato de Esteban que encontró al llegar al Ministerio Público), en la pantalla vemos grietas en una pared, mientras escuchamos unas gotas de agua que caen, poco a poco, acentuando la desesperación que apenas podemos imaginar de la protagonista en el momento que relata.
Estas metáforas son constantes en las películas de Tatiana Huezo. Porque lo mismo sucede en Tempestad, empezando por un par de minutos en los que la pantalla permanece en negro mientras escuchamos a Miriam, una de las dos protagonistas de este documental, narrar cómo fueron sus días en prisión luego de ser encarcelada injustamente por el delito de trata de personas. Durante su narración, también aparecen una serie de personas que viajan en un camión en carretera. En sus miradas está el mensaje: todos aquí somos posibles víctimas de la violencia en México.
Volviendo a Lulú, ella misma aseguró en una entrevista que le gustaría que todas las personas que vean Ausencias sepan que la desaparición existe, que está tan cerca que no podemos ni imaginarlo; que a ella —como a tantos compañeros que no pensaban que eso existía y que lo llegarían a sufrir— le quedó claro que la desaparición es real y a cualquier persona le puede pasar. Nadie está exento porque la desaparición de personas no se fija en raza, género, religión ni estatus social. Se trata de un crimen de Estado generalizado.
Una sentencia que aterra, pero que a la vez moviliza, porque nos hace a todos parte de una misma lucha para evitar ser la siguiente cifra en la larga lista de personas de las que no se vuelve a saber.
Tanto en Ausencias como en Tempestad se revela una parte clave para reconocer y denunciar las causas de la desaparición. Y es que el papel del Estado es vital. En Tempestad, Adela —cuya hija fue desaparecida por hijos de judiciales rumbo a la escuela— cuenta que la Agencia Federal de Investigación (AFI) la retuvo en casa junto a su familia durante los primeros días, que ahora se sabe que son clave en la búsqueda de una persona. Miriam supo de primera mano que la policía era quien entregaba a los cárteles a los presos que eran inocentes, y Lulú, en Ausencias, tiene suficiente información para saber que la impunidad es parte del hecho de que, hasta la fecha, ella todavía desconoce el paradero de sus familiares.
Esa es una de las características más valiosas de la filmografía de Tatiana Huezo. En esas metáforas, en lo que a ratos se siente más como una experiencia estética fascinante, hay un intenso potencial de denuncia; una mezcla de emociones que el cine no debe dejar de provocar.
Por eso, pese al deslumbrante carácter formal de sus películas y la sensibilidad con que sus protagonistas comparten las emociones más profundas que han marcado para siempre su vida, vale la pena concluir este texto con el mensaje político que subyace en cada una de las historias de Ausencias y de Tempestad.
Para ello, volvemos a citar a Lulú, quien en la entrevista mencionada hablaba de la desaparición como un crimen generalizado. Ahí, ella también aprovechó para enfatizar que la lucha en contra de este fenómeno es por todas y por todos, que no hay que esperar a que nos pase para comprender y apoyar la batalla de quienes denuncian esto alrededor del país. Y que en vez de revictimizar a sus familiares desaparecidos, debemos entender, respetar y defender la lucha de quienes los buscan.
Cada vez que nos encontremos frente a la historia de una persona con seres queridos desaparecidos, recordemos que su dolor debe ser nuestro, pero no en un sentido simplemente emocional o conmovedor, sino sobre todo en la manera en que su dolor es el motor de una exigencia hacia el Estado por la erradicación total de la impunidad, la corrupción y los mecanismos de perpetuación de la desaparición forzada.
Magaly Olivera es editora y crítica cinematográfica. Ha editado en festivales como Ambulante, DocsMX, Cinema Queer México y FECIBA, y publicado en diversos medios que incluyen Icónica, Correspondencias, Cinegarage, Tierra Adentro, Punto de Partida y El Economista, entre otros. También colabora en publicaciones del Festival Internacional de Cine de Los Cabos, FICUNAM y la Cineteca Nacional.
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